50 chicos caminando hasta morir, solo uno puede ganar, rodeados de militares en un Estados “Unidos” distópico, solo
un ganador
Y un final del film distinto al del libro, pero que conserva todo lo demás. Esa es la premisa de The long Walk del director Francis Lawrence que también dirigió la saga de Los juegos del hambre cuya impronta se hará sentir durante los 108 minutos que dura la peli.
Cuando uno ‘sapea’ las críticas de la peli se encuentra con la incomodidad que subraya el hecho que el final no es el mismo que en el libro, pero ¿no es eso lo que se espera de un trasvase del contenido de la escritura literaria a la escritura del cine, tal como lo postula Benjamin y Barthes?
¿Y si el film no solamente es un trasvase bien logrado a la bella forma del cine sino de la política? Durante todas las conversaciones de los chicos guapísimos de la película queda muy claro el desprecio de todos hacia esa nación abyecta.
Chicos que desean algo allí pero que no queda muy claro, con cuerpos lozanos listos para el matadero.
Decadencia.
Autoritarismo.
El lugar de los jóvenes en el gran plano político.
La des/obediencia.
Es la luz de la mañana soleada que cae sobre esos cuerpos que se ponen en primera línea de manera voluntaria, pero que a su vez son cuerpos que no importan y que al mismo tiempo también son la mirada del crisol del país que pudo haber logrado todo, pero que no hizo nada. Vemos representantes de afrodescendientes, pueblos originarios, blancos, latinos, haciendo hincapié que somos iguales frente a la muerte.
Inicia la odisea que se ha vendido afuera a lado de la taquilla con una traducción muy poco poética -camina o muere- pero muy sensacionalista para atraer al público del gore y del terror, pero a medida que se desarrolla solo evidencia el horror, una vez más, que también implica “lo humano”.

Cuerpos jóvenes solo de hombres y no de mujeres como si ellas no hubieran sostenido las naciones y amamantado su pueblo. Cuerpos jóvenes que toman nuestra cabeza y dirigen la mirada hacia las heces, el hambre, la enfermedad y la cuestión tan bella y terrible de Spinoza: “nadie hasta ahora ha determinado lo que puede un cuerpo”, pero que nosotrxs, aun viendo ese potencial infinito de los cuerpos, nos planteamos que tenemos un límite.
Una gran apuesta devolvernos a esa fragilidad del cuerpo escuchando y viendo las estrategias de estos chicos y la apuesta de querer que vayamos hacia allá -devolvernos a un tiempo sin guerra- para que tomemos postura frente a un mundo donde “lo humano” es solo sinónimo de aspiración, poder, guerra, apariencia, genocidios y egos.
Hay lágrimas en la sala, abrazos, no por el peso únicamente de la técnica sino por la narrativa de la conversación de los personajes que nos hinca a que seamos solidarios con un sentido comunitario entre nosotrxs, y como dijo la poeta Yuliana Ortiz «solo en medio del horror el amor es cierto» ¿Por qué no dejarnos permear por esas historias? Una locura que Stephen haya escrito la novela a los 17.