El lenguaje domesticado: Tesis sobre una domesticación.

Escrito por Fernando Sandoya

En una entrevista realizada por la DAC1, antes de su estreno comercial en cines, Van De Couter hizo varias afirmaciones interesantes en relación con su nueva película Tesis sobre una domesticación (2024), adaptación de una novela de Camila Sosa Villada. Una de las pistas que nos da para entender las operaciones que se llevan a cabo en el film es la fidelidad a la novela. La novela establece una distancia con los personajes al estar narrada en tercera persona, incluso los personajes carecen de nombres propios y son identificados por medio de los roles que personifican (madre, actriz, abogado, hermano, etc.). Plantear la imagen cinematográfica como continuación de una tradición literaria a pesar de no tener gramática no es algo novedoso, ya lo hizo Griffith con Dickens e incluso Bresson con Flaubert. Pero es una declaración interesante para preguntarnos qué tan corrida es la forma narrativa de esta película comparada con otras. Lo primero que señala el autor es que la puesta en escena no tiene que ver con la subjetividad de la protagonista, con un “ver a través de”, sino con una cámara que la observa y la sigue a lo largo de toda la película, y que se va volviendo más íntima dependiendo de la circunstancia. La declaración parece una obviedad: una película, al carecer de gramática, no puede “ver a través de” los ojos de la protagonista, siempre hay una distancia, aunque algunos busquen el efecto contrario. De todas maneras, hay algunos momentos de la película donde se acentúa un efecto voyeurista más que en otros, y quizás a eso hace referencia el comentario.

Su estreno llamó mi atención durante el BAFICI y pude verla cuando se proyectó comercialmente. Llegué a la proyección un poco tarde y agarré la película en la secuencia de la fiesta, donde la cámara parece pasar de la protagonista al que va a ser su futuro marido mientras éste besa a otra persona. Con ese efecto de encantamiento la cámara parece introducirnos lo que va a ser una de las líneas argumentales principales. Inmediatamente noto que el sonido está demasiado fuerte, la música contamina toda la sala como si fuese un gas, y lo que estoy viendo en pantalla es el paso de un plano medio a otro. Hay varias personas en la fiesta, pero están ligeramente fuera de foco, e importan en la medida en que sirven de representación para una fiesta genérica. El espacio tampoco existe, los personajes parecen flotar en el aire, e importa en la medida en que sirve de soporte que pueda contener los diálogos. Pero no hay espacio, no hay construcción de espacio. No puede haberlo porque el sonido está sustituyéndolo. Así, esa puesta que supuestamente se aleja de las formas de representación tradicionales, efectivamente no tiene mucho que ver con un decoupage clásico, pero se acerca a la TV. No sería disparatado pensar en esta película como una producción de Netflix: los planos, el sonido, incluso el color y la iluminación, parecen ir todos en función de estándares de producción tan rígidos para trabajar temáticas tan modernas. Y es que esta puesta en escena podría pasar desapercibida si no fuera porque las escenas de sexo, que abundan en la película, están filmadas de la misma manera que el resto de acontecimientos. Casi nunca somos capaces de ver un cuerpo en su integridad, casi como si se hubiera hecho todo lo posible por ver menos, como si no hubiera una sola idea sobre cómo filmar un cuerpo. Incluso cuando vemos brevemente a personajes voguear, la cámara parece fija, sin reproducir el dinamismo del baile. Quizás por eso lo más interesante de la película sea esa secuencia donde la actriz ensaya y se contorsiona como un toro, dándole importancia a la contingencia de los gestos, y haciendo de la escena un ritual.

En cuanto a la forma narrativa, la película parece contaminada por una acumulación dramática propia de la telenovela. En primer lugar, nos exponen una serie de esferas de la vida de la protagonista; en segundo lugar, estas esferas empiezan a intercalarse. Al multiplicar los bloques narrativos, la narración privilegia la densidad en detrimento de la fluidez de la acción. Como resultado: una serie de secuencias cuyo punto en común es el acto sexual, sin progresión alguna. La protagonista aparece entonces como una mercancía y su cuerpo como valor de cambio. No solo a nivel de la historia, donde la actriz llega a tener relaciones sexuales por haber recibido un favor de pequeña, sino también para poner en común varios bloques narrativos que no tienen en común nada más que este hecho. No termino de entender el paso de la ciudad al campo, ni tampoco el final. Me dio la sensación de que no había nada dentro de un bloque narrativo que habilite a otro. Por ejemplo, la grabación de la sextape entre la actriz y el director de teatro no aparece ni siquiera insinuada más que por un plano general con zoom (el mismo plano que podemos ver en otras escenas indistintamente) que uno asume que es un voyeur porque caso contrario no tiene explicación alguna. Esa elipsis final del tránsito del teatro al departamento tampoco termina de entenderse, porque la construcción espacial es nula, y cualquier corte arbitrario “funciona”. Tesis sobre una domesticación evidencia un problema del cine contemporáneo, y es la pérdida de capacidad narrativa del medio que durante medio siglo filmó indiscriminadamente todo lo que pudo. Da la sensación, también, de que cada bloque narrativo es la mera exposición de lo que ya vemos en las primeras dos o tres secuencias de la película, que se repite una y otra vez hasta fagocitarse. 

Si no hay progresión ni construcción espacial, es preciso preguntarse qué necesidad sostiene esa elección. Cuando la vi me dio la sensación de que esa acumulación dramática y esos planos medios-primeros planos estaban en función de hacer de las interpretaciones el motor de la película. Es decir, la potencia de la película está portada en los actores y sus interpretaciones. Si sacas eso, todo lo demás es prescindible. Cuando salí de la función una amiga me dijo que Camila Sosa Villada (protagonista y autora de la novela) participó también en instancias creativas y no solo de intérprete. Desconozco esa información y tampoco leí el libro. En su momento esa afirmación me resultaba inverosímil, porque no podía creer que la autora del libro hubiera participado en una producción que cercena tanto las temáticas que expone. Pero no sería precipitado pensar que había cierta conciencia a la hora de hacer una película de tantas limitaciones. Así, Van de Couter asume un código de representación propio de la televisión y de las plataformas de streaming que no admite imágenes que no vayan en esta dirección, sin importar el acontecimiento registrado. Tesis sobre una domesticación no sólo muestra un cuerpo en proceso de domesticación, sino un lenguaje domesticado. 

  1.  Asociación de Directores Argentinos Cinematográficos.
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