Durante mucho tiempo, las islas estuvieron solas,
pero un día, del que no existe memoria,
empezó a llegar hasta ellas la vida,
aún sin nombres ni historias, la vida solamente…

Con un prólogo y unas imágenes hermosísimas que retratan los paisajes y la vida sin tiempo del archipiélago, Tania Hermida inicia su tercera película de ficción: La invención de las especies. Un largometraje que, si bien no está ligado argumentalmente a sus dos obras anteriores, forma, como ella lo ha dicho, parte de una trilogía. Sus historias recurren a temas, personajes y gestos que aparecen transmutados en cada filme -el viaje, la crisis de identidad, las protagonistas que eligen su propio nombre- y que inevitablemente nos dejan ver los intereses y preocupaciones de una directora que ha decidido adoptar a los personajes femeninos para encarnarlos. En este caso, Carla o Isla, es la protagonista que llega a las Galápagos después de haber enfrentado la pérdida de su hermano. Sin estar necesariamente buscando algo, este lugar se ofrece como un espacio capaz de acogerla en su duelo. Es ahí donde surge la amistad con Darwin, Wiki y Harriet. Pero también existe una correspondencia con el territorio y sus animales: muerte, tradición, palabras, cuentos, ciencia y el mentor.

Recuerdo que un profesor de cine me decía, hablando acerca de En el nombre de la hija, la segunda película de Tania: «Es que los niños no piensan en esas cosas». Yo, por otra parte, creo que sí lo hacen, y que también las sienten. “Cosas” que aluden a las transformaciones internas del ser humano y su devenir, mutaciones del pensamiento para las que no alcanza la palabra. Por eso se agradece que en esta película no todo sea verbo y narración. Hay muchos momentos casi oníricos que se cuelan en los huesos, y pienso que tiene que ver con esa capacidad de recordar (final sugerido de la voz en off) desde las emociones y no tanto desde el intelecto. Una realidad que se transforma y que en ese cambio… se vuelve cuento.
¿Cómo contamos las historias? ¿Cómo contamos la memoria? En esta ficción, una de las gratas sorpresas fue haber encontrado la relación entre la directora y los libros. Aparece el poema «Sollozo por Pedro Jara», de Efraín Jara, que Carla lee en el taller de Harriet y que tiene mucho que ver con su hermano y su extraño accidente. Además, la voz en off va adaptando comienzos, como el del libro Cien años de soledad de Gabriel García Márquez: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…». Y así, me imagino que hay muchas más referencias que otros espectadores podrán captar.

El cine de Tania Hermida sigue construyéndose con una sensibilidad particular que es difícil encontrar en la ficción ecuatoriana, y con una dirección que refleja honestidad al mirar la adolescencia y las Galápagos. Como el resto de sus películas, esta cinta es de aquellas que pueden mirarse varias veces y siempre encontrar algo nuevo.