Everardo González, el documentalista que pretende relevar a Hermes

Escrito por 25 Watts

Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha.

Andrés Caicedo

En El Atravesado (1975), el primer relato en forma de libro de Andrés Caicedo, el joven escritor nos sumerge de manera poética y casi visual en el violento universo de Cali en la década de los 70. Con maestría, nos transporta en primera persona por las calles caleñas a través de un personaje marcado por la exclusión, que busca sobrevivir entre el indeleble amor por su madre y las violentas peleas entre grupos callejeros del «CaliCalobozo» de Caicedo. Inscrito en estas dinámicas, el autor construye un personaje complejo y ambiguo, profundamente verosímil, pues la existencia en Latinoamérica nos configura como seres que nos debatimos entre un amor laxo y una agitada violencia. Una identidad tácitamente constituida por la marginalización, porque si hay una certeza en este continente es que esa exclusión siempre vino y viene desde el poder.

Presentado desde la cotidianidad, dicho poder tiene forma abstracta, casi inefable. Es complejo explicar cómo las estructuras latentes de éste operan sobre nosotros, pero se perciben. Al recorrer una ciudad, por ejemplo, y comprobar que los nombres de las calles pertenecen, en su mayoría, a los mismos apellidos de aquellos de las altas esferas socioeconómicas. Grupos que, desde la conformación de los Estados coloniales, han heredado el control de éste, monopolizando la producción de símbolos culturales. Con  políticas que pretenden delimitar al arte y a la cultura a los museos o las tarimas,  reproduciendo así los imaginarios y las prácticas convenientes para el poder hegemónico.

“Dejar de ser una víctima con un arma” sentencia un joven en Una Jauría Llamada Ernesto

(González, 2023)

Al igual que Andrés Caicedo, Everardo González hace lo suyo y nos sumerge en lugares interregnos, donde las víctimas de la exclusión han decidido literalmente tomar las armas. Para hacernos sentir cómo descendemos a esos espacios donde el poder del Estado no existe, González construye imágenes con una gramática visual contemporánea: la de los videojuegos. A través de un arnés que asemeja la cola de un escorpión, el director crea secuencias y escenas con planos dorsales en los que los protagonistas son presentados como personajes de un juego de video de disparos en primera persona. Al mismo tiempo, esta técnica le permite al director mantener el anonimato de los protagonistas, y nos convierte en espectadores directos de un mundo donde el dedo de un niño en un gatillo decide la vida o la muerte de una persona.

A lo largo de la película suena un bajo repetitivo y un ritmo de reggaeton que retumba en las bocinas, generando una atmósfera urbana que construye la selva en la que se mueve la jauría. Los personajes caminan por callejones y terrazas, con armas de todos los calibres.  Sus crudos testimonios calan profundamente en el espectador. Y es que, al final, el filme logra el objetivo de convertirnos a los espectadores del cine documental en testigos impasibles de una realidad que concierne a toda la sociedad.

En Una Jauría Llamada Ernesto (2023) se muestra una realidad latente en Latinoamérica y la ambigüedad entre el bien y el mal es evidente. El filme es, sobre todo, una metáfora de la cuenta regresiva de una bomba encubierta que va a explotar: los Estados fallidos en América Latina. A pesar de que los protagonistas del documental son el resultado de una exclusión sistemática, son en definitiva parte del mismo engranaje de poder. Su exclusión no significa su  silenciamiento, sino todo lo contrario. 

González busca una objetividad a través de este mecanismo de registro, que podría, inconscientemente quizá, establecer una clara división entre los espectadores y los personajes retratados en la pantalla. No obstante, también nos invita a reflexionar sobre cómo los grupos armados tienen la capacidad de operar fuera y por encima de la ley, controlar las calles y los centros de reclusión. Los grupos armados ya no están fuera del poder hegemónico; son la antítesis de este.

Autor: Pablo Valencia Yépez