Está la memoria por la que luchamos y está la memoria con la que luchamos.
La primera es aquella que yace en la tierra, la que nos vuelve uno, es la memoria colectiva que la historia oficial siempre intenta solapar. La segunda es un poco más sensible, es la memoria del cuerpo, la memoria de la carne; es la memoria que nos acompaña y que vamos tejiendo continuamente con todo lo que cae. Ambas importantísimas y ambas sufren cuando enferman.

La memoria infinita es la historia de Augusto Góngora y de Paulina Urrutia. Augusto, quien fue un periodista que nunca dejó de luchar por la memoria del pueblo, es ahora un hombre que enferma de Alzheimer y cuya memoria va desvaneciéndose de formas dolorosas, mientras que Paulina, con un amor inmensurable hacia él, pasa los días haciéndole recordar.
Esta película nos habla de tantos temas: de la importancia de la memoria histórica, de la fragilidad de la memoria individual y de las desmedidas manifestaciones del amor. Y es que tanto Augusto como Paulina nos heredan una mirada sensible hacia la vida.
Augusto, tras haber dedicado su vida a la perduración de la memoria de la realidad chilena ahora tiene sus recuerdos tambaleando en vigas de arena. Cada vez recuerda menos y cada vez sufre más. Aun así, antes de que empiecen sus episodios de Alzheimer, Augusto tenía bien claro que la memoria histórica no es un resultado de cifras, números o datos, sino que es un resultado que parte de la memoria emocional. Hay que sentir para recordar.
Paulina es la clave para que el público sienta que las fronteras del amor no existen. Su amor se expresó en las formas más delicadas y en los momentos más angustiantes. Tener que quitar un autorretrato de ellos mismos todas las mañanas antes de que Augusto despierte solo para que él no se asuste viendo a dos personas que no reconoce, es un acto de amor desmedido y puro que no puedo explicar. La memoria infinita muestra cómo los recuerdos de Góngora se van diluyendo mientras Paulina los intenta recoger. Es la historia de una memoria que se vuelve infinita en el corazón de alguien que ama eternamente. De alguien que fue testigo de escuchar a su esposo decir que “nunca quisiera morir” hasta escucharlo susurrar, cuando ya la memoria le pudo más, que ya no quiere vivir.


Porque, así como ambos lucharon por la memoria colectiva, también han luchado por un amor infinito. Y es esa eternidad que Maite Alberdi nos muestra en este documental tan sensible, donde enmarca un romance tan bello y doloroso al mismo tiempo, lleno de frases tan cálidas como hirientes.