En el marco de lo que fue la edición 24 del festival EDOC nos encontramos con una retrospectiva de Ignacio Agüero, cineasta chileno activo desde finales de los años setenta. Es uno de los directores más reconocidos y referentes del cine documental en Chile. Con un estilo reflexivo, poético y social, ha mostrado un compromiso constante con la conservación de la memoria y con la representación de las transformaciones sociales del país. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Altazor y el Premio Pedro Sienna, además de haber participado en festivales de gran prestigio como el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, el Festival de Mannheim-Heidelberg (Alemania), el FIDMarseille (Francia) y el Yamagata International Documentary Film Festival (Japón), entre muchos otros.
Su primer cortometraje, No olvidar (1982), narra la historia de campesinos desaparecidos y asesinados por el régimen de Pinochet. Desde entonces, su obra se ha caracterizado por el cruce entre lo íntimo y lo político, aportando al cine chileno una voz que reivindica la memoria frente a las injusticias de la dictadura militar (1973-1990).
Agüero estudió en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde se formó en Dirección Artística con mención en Cine en la Escuela de Artes de la Comunicación. Desde esos años comenzó a definir su estilo propio, en el que la política, la identidad y el espacio se entrelazan como ejes fundamentales de su mirada documental.
Una de sus propuestas más particulares es que no suele trabajar con guiones predeterminados: construye la narrativa durante el rodaje, a partir de la observación y la interacción con su entorno. Esto se aprecia en películas como Como me da la gana (1985) y El otro día (2012), donde la entrevista y la cámara son parte activa de la construcción de un relato en permanente transformación. Además, su cine se distingue por el juego con la forma, alejándose de encuadres clásicos o normativos para experimentar y crear nuevas realidades desde su mirada poética.
Hablar de la obra de Agüero es hablar de libertad creativa. Sus películas evitan lo espectacular y buscan lo esencial con una sencillez visual que, paradójicamente, logra una profunda resonancia global. En palabras de Eva Sangiorgi, directora del FICUNAM: “Nos interesa el cine de Ignacio, formalmente comprometido y en continuo cuestionamiento. Además, nos encanta su original y único tono y sentido del humor” (2017).

La filmografía de Ignacio Agüero no puede encasillarse en un solo estilo, pues cada obra es un ejercicio de exploración y cambio. Su capacidad para transformar lo cotidiano en cine profundamente significativo convierte su obra en una invitación a la reflexión y a la interpretación
Entre sus obras más destacadas tenemos Como me da la gana (1985) y Como me da la gana II (2016). Estas dos películas de Agüero hacen un análisis de la situación político y social de Chile. En la primera, el país se encontraba bajo la dictadura, por lo que el hacer cine se transformó en un acto de rebeldía. Agüero acudía a rodajes de películas con una duda hacia los directores: ¿cuál es el sentido de lo que está haciendo?. Esta pregunta generaba un sentimiento entre los realizadores de la que no se podía tener una respuesta concreta pues el contexto del país marcaba una incertidumbre.
Por otro lado, Como me da la gana II, hace una análisis y una retrospectiva de sus obras anteriores creando una narrativa no lineal en la cual el contexto político y social es distinto al del 1985. Aquí la reflexión personal de Agüero recae en la memoria y la transformación del cine, y vuelve con una nueva pregunta para los nuevos directores chilenos: ¿qué es lo cinematográfico?. Una pregunta que cae en la reflexión con una mirada hacia el sentido de hacer cine y recayendo nuevamente hacia la introspección de los directores. Agüero en esta película expresa su emoción por el cine y de cierta manera nos da un indicio de que la historia de Chile se sigue construyendo bajo la mirada de su propio pasado.
En su película El diario de Agustín (2008), quizás una obra más reveladora de la dictadura, Agüero nos narra el vínculo de la prensa en los actos de encubrimiento y segregación de la información acerca de los desaparecidos por la dictadura de Pinochet, específicamente con el diario El Mercurio que estaba a favor del gobierno y que mediante la desinformación traían una narrativa simplista y evasiva de los hechos, como calificar los asesinatos como crímenes pasionales o cuando constantemente se dirigían a los grupos de izquierda, como el PC (partido comunista), como principales responsables de los hechos violentos.
En la profundidad de la investigación para este documental Agüero toma la entrevista como eje central de la narrativa y conjuntamente con material de archivo va formando la película, dándonos así un punto de reflexión acerca de la responsabilidad de los medios de comunicación.
Por otro lado, su película Nunca subí el Provincia (2019) explora un sentido intimista y de los recuerdos personales. Este documental refleja la cercanía de Agüero con la memoria y la reflexión sobre el paso del tiempo. A partir de su archivo personal, nos abre camino hacia su interior y nos permite reconocer los cambios en el barrio donde creció. Así, observamos cómo las personas, las estructuras y los paisajes se desvanecen, dando paso a nuevas formas del presente y haciéndonos sentir el transcurrir del tiempo.
Un aspecto particularmente interesante de este documental es la inclusión de cartas escritas a un destinatario ficticio. A través de ellas, Agüero construye la estructura narrativa de la película, en la que la memoria no se manifiesta únicamente en las imágenes, sino también en la palabra. De este modo, el filme adquiere un sentido de lenguaje en el que la narración misma se convierte en vehículo para expresar cómo emergen y se transforman los recuerdos.

En su reciente película Carta a mis padres muertos (2025), Agüero realiza una profunda recapitulación de sus recuerdos junto a sus padres. La obra revela un lado íntimo y sentimental, en el que narra la militancia de su padre, los conflictos que atravesó Chile durante la dictadura, y cómo él mismo estudiaba cine en medio de la convulsión social. A través de estos relatos, los sueños compartidos con sus padres se transforman en un llamado a la memoria.
En la película, el tiempo parece desvanecerse: los paisajes y planos desde su casa adquieren el valor material de un pasado que se evoca con anhelo. En las nubes, Agüero imagina y reconstruye la identidad de sus padres y amigos. Nos habla de aquellos que ya no están, pero también se muestra a sí mismo como alguien que se aproxima a ese mismo encuentro.
El filme culmina de manera cruda y conmovedora con la narración de un sueño:
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«Anoche tuve un sueño. «Era el lanzamiento de esta película en una sala de cine. Había poca gente. Estaban Raúl Ruiz, Andrés Racz y Godard, sentados juntos. Más atrás, mi tía Lucy con mis padres… La sala estaba llena de cuerpos de niños, pero la película no terminaba, seguía. Me doy vuelta hacia atrás, mi tía Lucy me hace gestos, mi madre me sonríe, mi padre se ha quedado dormido».
Tal vez, en este sueño, la reunión con cineastas, amigos y familiares alude al paso inevitable del tiempo y a la certeza de que todos, tarde o temprano, nos convertiremos en memoria para alguien más.
Ignacio a través de los años nos ha dado películas que dialogan consigo mismo, que desembocan en la reflexión social y colectiva y que nos lleva como espectadores a integrarnos en su narrativa y vivir aquellos sentimientos. Su cine está hecho desde sus más profundo ser y nos demuestra que el cine documental se forma y se construye desde el sentimiento del propio autor, que no podemos callar lo que sentimos y que es necesario expresar y narrar nuestra perspectiva de vida y preguntarnos ¿por qué hacemos cine?