El legado de Sarah Maldoror
Redescubriendo la vida y trayectoria de la madre del cine africano
“¿Hacia dónde me dirijo? A esta idea:
A que nadie coloniza inocentemente, tampoco
nadie coloniza con impunidad; una nación que coloniza,
una civilización que justifica la colonización – y, por lo tanto,
la fuerza – ya es una civilización enferma, una civilización que
está moralmente muerta […]” Aimé Césaire (1950).
En 1929, hechos históricos de gran relevancia acontecieron: cae la bolsa de valores en Estados Unidos originándose la llamada Gran Depresión, se crea la ciudad del Vaticano por medio del Pacto de Letrán, Iósif Stalin llega al poder en la Unión Soviética, se realiza la primera ceremonia de los premios Oscar, Chile y Perú firman el Tratado de Lima, en Italia, Mussolini gana las elecciones.
Pero, hay un acontecimiento que me permito destacar (punto de partida de esta línea temporal) pues el 19 de Julio de 1929, en Francia, nacía Sarah Ducados, artista de raíces africanas quien sería un baluarte del cine de la negritud: un cine revolucionario y al rescate de una identidad decolonizadora comprometida con las luchas sociales.
Antes de hacerse nombre a pulso de su activismo, de sus trabajos fílmicos y periodísticos, Sarah Ducados debió crecer en un momento donde Europa ya se había expandido colonizando (o invadiendo) casi en su totalidad el territorio africano; hecho que violentó los derechos de los habitantes de ese continente, pues para el europeo era necesario culturizar al salvaje, promoviendo un discurso similar al del western estadounidense que representaba al nativo americano como violento y peligroso, normalizando la agresión y sumisión de pueblos.
A la par, jóvenes pensadores anticolonialistas creaban publicaciones como Légitime Défense (1932): un manifiesto de textos y poemas de un grupo de estudiantes afrodescendientes franceses que impulsaría la literatura martiniquesa de tal forma que pronto nació el concepto de negritud acuñada por el poeta, político y autor afro-caribeño Aimé Césaire en el diario L’Etudiant Noir (1935) y que hacía referencia al despertar de una conciencia colectiva integrando a toda la diáspora afrodescendiente, su cultura e identidad lejos del imaginario impuesto por el colonialismo europeo.
Durante la Segunda Guerra Mundial no fue indiferente el sentir revolucionario de Césaire siendo Tropiques (1941-1945), revista literaria fundada por él, René Ménil y Suzanne Césaire, una insigne de la resistencia contra los regímenes imperialistas.
La literatura se convirtió en el medio ideal para establecer frentes de pensamiento militante en búsqueda de la independencia de los territorios ocupados y es particularmente en el teatro y la poesía donde Ducados encuentra la forma de representar sus ideales.
De Ducados a Maldoror
Inevitablemente aquellas referencias antes mencionadas, sumado a sus estudios en una escuela de teatro en París, impulsan a un cambio que, más allá de simbólico, sería una muestra de emancipación de los convencionalismos paternales: adoptó el nombre artístico Sarah Maldoror en relación con el personaje Les Chants de Maldoror de la novela del poeta Comte de Lautréamont.
Maldoror entonces no solo se ve impregnada por una lucha histórica al rescate de sus raíces africanas o por las consecuencias de una posguerra donde la hegemonía europea empieza a perder fuerza frente al clamor de los movimientos sociales, políticos y artísticos, sino también por su compromiso con el rol de la mujer en el activismo anticolonialista.
Hay que recordar que era muy improbable encontrar una representación real en el teatro de los años 50 sobre lo que significaba ser artista, mujer y afrodescendiente. Era una época donde solían interpretar roles de ama de llaves, abrían y cerraban puertas, atendían a los patrones o bailaban sujetas a la forma como el europeo las veía.
Esto llevó a Maldoror a fundar en 1956, junto a algunos artistas y cineastas, la primera compañía de teatro de afrodescendientes: Les Griots; donde su visión crítica se pondría en práctica llevando a cabo obras de intelectuales como Jean-Paul Sartre, “Molière, y autores extraídos de la antología de poesía negra publicada por Présence Africaine […]”, una revista fundada en 1947 por el escritor y editor Alioune Diop que, al igual que Césaire, fue figura central del movimiento de la negritud.
Para Sarah Maldoror era esencial que solo quienes tuvieran raíces africanas serían capaces de contar su historia, aquella que había sido invisibilizada, aquella que no estaba disponible y aquella sesgada por la reproducción del discurso colonialista. Para ese momento ya estaba siendo reconocida por su vínculo con la militancia anticolonialista de la cual también era figura importante su compañero de vida Mário Pinto de Andrade, poeta y político angoleño, activista en oposición al colonialismo portugués, fundador y primer presidente del Movimiento Popular para la Liberación de Angola.
Fue entonces que, en 1961, gracias a una beca otorgada por la Unión Soviética, Maldoror viaja de Ghana hacia Moscú para estudiar cine bajo la tutela del cineasta soviético Mark Donskoy en una escuela donde además tuvo como compañero de clase al que sería denominado como el padre del cine africano: el actor, director, productor y guionista senegalés Ousmane Sembéne.
El cine se convertiría en un arma que ella usaría para un enfoque poético que pueda expresar una identidad africana alternativa, una real, que fomente una nueva cultura negra desprovista de las representaciones hegemónicas de las naciones europeas.
Todo esto en un momento histórico donde comenzó la descolonización de las naciones asiáticas y africanas (1945-1975), y con ella; la lucha de los movimientos nacionalistas que, mediante la organización de revueltas, hicieron frente a los gobiernos coloniales con el fin de recuperar su independencia: la Guerra por la Independencia de Angola, la Crisis del Congo, la Guerra de Argelia.
En este punto vale destacar las palabras de la propia Sarah Maldoror sobre el colonialismo francés en territorio africano, en su última entrevista pública que se realizó en el Museo Reina Sofía (2019) en Madrid, España:
Fuimos colonizados, ¿Qué se supone que debemos hacer? Arrodillarnos y decir: ¡Oh, gracias! Nos han sacado del salvajismo. ¿Y si ahora se van, nos volveremos a convertir en salvajes? ¡No, eso ni se plantea! Ahora un africano luchará por seguir siendo africano y por su nacionalidad africana. Antes eso era una traición, éramos africanos, pero, antes que nada, éramos esclavos al servicio de Francia.
El Cine de la Negritud
Para 1966 Maldoror era una líder importante del movimiento de la negritud, portavoz de una revolución social en favor de la creación de nuevos símbolos con los que se puedan identificar las diferentes comunidades y etnias afrodescendientes. Justamente su camino la lleva a Argelia donde tiene la oportunidad de ser asistente de dirección en La Battaglia di Algeri del director italiano Gillo Pontecorvo, película que contó con la participación de Yacef Saadi, líder del Frente de Liberación Nacional de Argelia (NFL), organización fundamental en el enfrentamiento armado contra el ejército francés para la independencia de Argelia y cuyas memorias fueron la base del filme.
Este contacto con la NFL resultó muy importante para Maldoror porque le brinda el apoyo necesario para que realice su primer cortometraje: Monangambé en 1968, una historia sobre una mujer que visita a su esposo en prisión quien es acusado erróneamente de planificar un escape de los comerciantes portugueses de esclavos y a quien someten a tortura. La obra está adaptada de un relato corto de José Luandino Vieira.
Monangambé se convierte en la primera gran muestra del talento de esta cineasta que prioriza una mirada poética, con elementos del teatro, actuaciones naturales, y denunciando los vicios del sistema colonialista. La música africana, la de sus raíces, es parte fundamental de su estética donde demuestra que las palabras ocultan significados propios de una cultura que no se rinde, que actúa como un colectivo transmitiendo al grito de guerra ‘Monangambé’ que en angoleño significa la muerte blanca, el portugués, el europeo. Grito que Maldoror usa como metáfora de la “imposibilidad del diálogo entre el colonizado y el colonizador”.
Sería este primer cortometraje el que pavimente el camino a uno de sus largometrajes más destacados (del poco trabajo accesible que se puede encontrar de esta cineasta) filmado en 1972: Sambizanga, donde se retoma parcialmente la historia desarrollada en Monangambé, esta vez para contar la historia de Domingos, un obrero que secretamente pertenece a un Movimiento de Liberación Africana que es capturado por la policía portuguesa y torturado en prisión, mientras su esposa María, con el bebé recién nacido de Domingos, emprende un viaje hacia Luanda donde le comentan que su esposo está encarcelado.
Precisamente en este filme, aclamado por la crítica, ganador del Tanit d’Or en el Festival de Cine de Cartago en 1972 y dos galardones en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 1973, y producido por el Movimiento Popular de Liberación de Angola, es donde Maldoror desarrolla de forma impecable su visión en contra del miserabilismo.
Desde que inicia el filme nos encontramos con un río que por lo correntoso que aparece se muestra como indomable, no en vano su cauce nos dirige a orillas de una cantera donde una gran cantidad de trabajadores transportan y pican grandes rocas, mientras de fondo acompaña el ya familiar cántico africano de Monangambé.
El miserabilismo como lo describía Maldoror retrataba al pobre como el que sufre y al cual se le debe tener lástima, deshumanizándolo al punto de verlo más como un ser salvaje que como alguien que lucha en su cotidiano. Para ella el rescate de todo lo que le rodea al colonizado: su familia, su comunidad, sus ritos y saberes, es primordial para así dignificar la verdadera imagen de a quien le han arrebatado sus derechos y ha sido puesto al servicio del europeo.
Esto se traduce en obreros de canteras con vestimenta escasa, vieja y rota pero que trabajan como unidad, muestran fortaleza y aún en sus interacciones reflexionan sobre las dinámicas del colonialismo. Ese es el objetivo de una cineasta comprometida con la propagación del ideal de la negritud a través de sus películas, apuntando al pobre como un ser humano que se preocupa por los otros, que sonríe mientras juega pelota con los niños descalzos como lo hace Domingos, que muestra valores solidarios y se organiza en resistencia, y que se adhiere a movimientos revolucionarios por la libertad del pueblo africano.
En Sambizanga confluyen elementos narrativos derivados de una tradición oral, de cánticos en su lengua nativa, de reflexiones sobre las dinámicas de poder, el rico, el pobre, el tirano, el independentista y el compromiso con la militancia que a pesar de la tortura del europeo no cede, ni revela, ni pone en peligro su lucha. En la negritud nadie se vende, y aún después de morir siguen existiendo a través del otro.
El cine de Sarah Maldoror yace en la hermandad africana, en una puesta en escena casi documentalista, en un cuestionamiento de cómo nos estamos representando a través de las artes. Y es válido hacerse esa pregunta ¿Cómo nos estamos representando en el cine? ¿Seguimos reproduciendo un imaginario ajeno a nuestro contexto?
Esas son las preguntas que me provocan resonancia luego de redescubrir a esta cineasta, la madre del cine africano, la activista revolucionaria, la representante del movimiento de la negritud, Sarah Maldoror que lamentablemente falleció el 13 de Abril del 2020 a sus 90 años de edad por complicaciones derivadas del Covid-19.
Su legado prevalece en sus acciones y obras, uno que debería ser más estudiado por la gran relevancia histórica en el cine y en general, en las artes.